El golfista estadounidense lucha por seguir en la élite después de haberse sometido a dos trasplantes de corazón con sólo 33 años. Fue mejor junior de su país en 1998.
Erik
Compton es una de esas historias de superación que circulan por el mundo del deporte
y a las que apenas se presta atención. Estadounidense, de 33 años, casado y con
una hija de dos años, Compton es un golfista profesional que se gana la vida
entre el PGA Tour (el circuito principal y más exigente del mundo) y los
circuitos menores de Estados Unidos, Canadá y del Circuito Europeo, éste a
través de invitaciones. Hasta ahí todo es normal. Entonces, algo salta a la
vista en la vida de este golfista que llegó a ser el mejor junior de Estados
Unidos en 1998. Compton ha tenido tres corazones. Un verdadero milagro.
Cuando
Erik Compton tenía 9 años se le diagnosticó una cardiomiopatía viral. Es decir,
su corazón era demasiado débil y no bombeaba sangre con suficiente fuerza. La
enfermedad le obligó a someterse a un trasplante cuando apenas contaba 12 años.
Para asimilar ese nuevo corazón, Compton decidió empezar a jugar al golf como
terapia. Sólo seis años después, en 1998, Compton se proclamó mejor jugador
junior de Estados Unidos, éxito que le mereció una beca en la prestigiosa
Universidad de Georgia. Se graduó, se pasó a profesional en 2001 y se
reenganchó en algunos circuitos menores de Estados Unidos. La historia no
funcionaba, así que emigró. Dominó el circuito canadiense en 2004 y 2005 y
empezó a pasearse por el resto del mundo, siempre con invitaciones. Así, recaló
en Marruecos y ganó el prestigioso Trofeo Hassan II, en el calendario europeo
desde 2011 aunque se juega desde 1971.
La
victoria en Marruecos parecía relanzar su carrera. Sin embargo, el estrés de la
competición, la dureza y crudeza del golf cuando se vuela bajo el radar, le
pasó factura. Compton sufría en el campo, se cansaba muy a menudo y le costaba
jugar bien al golf. Llegó a sugerir jugar en un cochecito, algo prohibido por
la PGA, salvo la excepción de Casey Martin, un golfista aquejado de una grave
discapacidad en su pierna derecha. El miedo de Compton a sufrir nuevos
problemas coronarios le pudo. A finales de 2007, después de jugar un torneo,
sufrió un infarto y meses después, en mayo de 2008, tuvo que someterse a un nuevo
trasplante. No importaba, Compton se volvió a levantar. "Erik es un hombre
impresionante", dice de él su cardiólogo, el español Javier Jiménez
Carcamo.
El
mundo del golf rápidamente reconoció el indudable esfuerzo, premió su
incansable voluntad y Compton, tras un nuevo prodigio médico, recibió una
tercera oportunidad, que no ha desaprovechado. En 2010 llegó a liderar el
Greenbrier Classic, pero su juego no explotó hasta un año después. Como miembro
del Nationwide, la segunda división del golf estadounidense, Compton deslumbró
e incluso contó una victoria entre sus logros de aquella temporada. Se ganó a
pulso jugar al máximo nivel. Lo había conseguido. Había llegado a la élite.
"Quería demostrarme a mí mismo que soy más que un tipo con dos trasplantes
de corazón. Sólo he hecho lo que todo el mundo habría intentado, hacer las
cosas lo mejor que podía. En mi situación no puedes tener miedo a
fracasar" dijo entonces.
Ahora, agotado tras sufrir durante un año y perder
la codiciada tarjeta del PGA Tour, Compton acudió a su eterno pundonor y luchó
en la escuela de clasificación por no perder su privilegiada silla (se
clasifican 25 de 170 participantes). Seis rondas de pura tensión y nervios que
se han comido a jugadores de la talla de Camilo Villegas, Rafael Cabrera-Bello
y Gonzalo Fernández-Castaño, entre otros, o a dos ganadores de grandes como
Todd Hamilton y Shaun Micheel. Compton superó la fase con solvencia, terminó
séptimo y será miembro de pleno derecho del circuito. "Sólo necesito una
semana de buen y sólido golf. Sé cómo hacerlo, sé como ganarme la vida",
se repetía Compton antes de empezar, como despreocupado por su salud. Tenía
razones para ello. Por primera vez en su heroica vida lo más duro ha sido,
simplemente, jugar al golf.
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